Como si nada –como diciendo: aquí no
pasó nada– se saldaron más de cincuenta años de diferencias entre Cuba y
Estados Unidos.
Bahía de Cochinos, la crisis de los
misiles, el embargo, Guantánamo, las guerrillas, todo borrado de un brochazo.
Cosas que no me cuadran: por ejemplo que sea Kerry y no Obama quien vaya a izar la
bandera de EU en La Habana.
Que esto haya sido manejado con un perfil
tan incluso casual para mí es un doble insulto: insulto a los que celebraban las
diferencias entre Cuba y Estados Unidos; insulto a los que querían abolirlas y
deseaban la colusión.
Muchas personas, de uno y otro signo, murieron en nombre de esos cincuenta
años de desacuerdo contemporáneo.
No se trata de disentir con la
mancuerna diplomática. Es solo que la misma debió ser, a mi juicio, menos
técnica, menos de traspatio, más simbólica, y más llorada. Sin contar que
muchas desavenencias han quedado sin resolver. ¿Se resolverán ahora? No lo
creo.
Esa historia tan importante para tantos pronto se borrará en las afluencias, en los mercados, en las actualidades.