El otro día me contó mi mamá mi
padrastro, se había caído de las escaleras. Con la cual ella se fue dando
cuenta de eso que yo le venía diciendo desde hace un rato: que esa casa no era
del todo apropiada para un hombre ciego. Es una casa con toda clase de
desniveles, realmente un dibujo de Escher. Pero él, por supuesto, no quiere
mudarse. Y realmente lo comprendo. Cuando un anciano ciego tantea los muros de
su casa, lo hace en búsqueda de una dirección física –la mano como instrumento
geomántico– pero también es la búsqueda de un pasado, cuyas formas mueren.