Entre el estupor y la vasta tristeza, Víctor
comprende que su mujer, Maritza, lo ha dejado.
No su mujer, exactamente: el fantasma de
su mujer: a su mujer la mató hace unos meses.
La historia es que Maritza volvió, desde
la trasmuerte, en su forma fantasmagórica, para espantarlo, para vengarse de él,
pues.
Al principio él tuvo así mucho miedo,
entró en una locura horrible.
Pero luego se fue acostumbrando a la
presencia, a la aparición espectral de Maritza.
Maritza por su lado fue perdiendo poco a
poco las ganas de castigar al marido homicida.
He aquí lo intrigante: al final él se
enamoró nuevamente de ella, y ella (el fantasma, la sombra de ella) de él.
Pasa, a veces.
Claro, el amor entre un humano y un
aparecido es cosa muy difícil, cosa extremadamente compleja. Se amaban, pero no
podían comer juntos, ni tampoco ir al cine: esos asuntos que importan a las
parejas.
¿Y cómo hacer el amor con una aparición,
de veras?
Comenzaron otra vez los problemas, los
antiguos patrones, las peleas, los gritos, los espejos rotos.
Hasta que ella decidió romper la
relación.
Y entonces Víctor quiso matarla y,
claro, no pudo: ya estaba muerta: ya la había matado.
Un buen día Maritza se largó con sus
cosas, o sin ellas, pero en todo caso sin decir nada, sin dejar una explicación, una nota.
Aunque hubiera querido dejar una nota,
no hubiera podido escribirla: es sabido que los espantos, una
vez se vuelven espantos, pierden la facultad de escribir.
Por tanto infiero que si estoy escribiendo esto, no estoy muerto, o no del todo.