Aquellos antiguos recolectores aprendieron
a domesticar el alma de las plantas con castos instrumentos, y el bravo sudor
de la entraña.
En la noche, en el ardor del día, fue
creciendo el orden agrícola, con su alimento y su abrigo y su inmutable padrenuestro.
Así extrajo el hombre de los suelos el cereal y el sorgo, la remolacha y el
trigo, el infinito arroz.
Y extrajo también el maíz, esa dieta
alimentaria de dioses milenarios.
Pero el hombre es el rencor. Pronto
maldijo las lluvias que llegaban y no llegaban, y se sintió traicionado con
cada piedra, con cada canícula. Y esclavizó. Y derramó la sangre. Graves nobles
con gorguera –y sin contrario– aprendieron a controlar el frágil destino de los
anchos continentes.
Y esos nobles se convirtieron en grandes
corporaciones.
Y esas grandes corporaciones compraron democracias.
Y hoy son las macroplantaciones y los
OGM y la ingeniería genética.
Es Monsanto.