Mauriceando.

jueves, 20 de febrero de 2014

Ternura y dignidad

Todos los días mi gata se para en el lavamanos: quiere agua. La bebe de mi mano, en breves lengüetazos. Le quedan pequeñitas gotas de rocío prendidas al bigote. Le encanta jugar con pelotas de felpa. Yo se las tiro y ella me las trae. Le pongo apodos como: “su petitesse” o “pequeña esfera de pelos”. En esta casa, ella es la reina. Nosotros nos limitamos a aclamarla. Cada gato es un milagro, un cónclave de ternura y dignidad.

La Padme (aka Pimpur) fue adoptada (vía AMA). Eso no quiere decir que yo soy, metafísicamente, su propietario. Yo no soy propietario de mi gata ni de mi mujer. Digo “mi” mujer o “mi” gata, pero lo hago por razones de lenguaje. No creo en la venta de animales, en la economía animalaria. Tampoco creo en los zoológicos (Costa Rica, entiendo, dejó de tenerlos hace unos años). Esto es: en convertir los animales en entretenimiento. Los animales no son fuente de entretenimiento, ni tampoco están allí para llenar mis soledades y vacíos existenciales. Como dije, no creo en las mascotas. Creo en hacerse cargo de un animal que de otro modo llevaría una vida podrida. Darle cuidados médicos, limpiar su baño varias veces al día, cambiarle todo el tiempo su agua y comida, para que siempre estén frescas, darle un montón de cariño, y un estatuto en la familia perfectamente igual al de los humanos. Los gatos no son ciudadanos de segunda categoría.

La Padme fue encontrada en un taller, con la cola quebrada. Estaba cundida de pulgas. Era minúscula. Ahora es una gatona, y goza de salud y felicidad. 

Con frecuencia, CL6, la gata y yo hacemos juntos la siesta. Le llamamos la trisiesta. Feliz día de la gata, vos Padme.