No somos honorables. Legislamos guerras de hormigas. Nos gusta comer
lengua frita de dragón. Obligamos a los sastres a que nos hagan trajes
invisibles. Bajamos gobiernos socialistas. Somos bulis con los ángeles.
Adoramos lo ilegible. Plagiamos constituciones. Hacemos publicidad para los
coches. Psicotizamos en los almuerzos familiares. Vomitamos grumitos blandos de
vómito. Nos limpiamos las axilas con los cepillos dentales de nuestros hijos.
Apadrinamos asesinos. Atacamos con pimienta a las personas en los teatros.
Somos indoctos y degradados. Somos pésimos nacionalistas. Pésimos maestros. Pésimos
mariscales. Pésimos millonarios. Nos colgamos de los postes condenados.
Carecemos de identidad reconocible. Quemamos los parques. Mestizos y
ecofanáticos. Asimétricos y sin garantía. Santos y usureros. Esnobs y
cantonales. Nos acomodamos en los castillos de la puerilidad. Temblamos ante un
gato. Nos encantan las termitas. Creemos en la selectividad de los genomas. Nos
siguen huestes de asesinos. Averiguamos cosas de la gente. Nos metemos en broncas con los
bouncers. Carecemos de criterio. Gastamos mucho dinero en los
burdeles. Tomamos guaro malo. Tenemos paludismo. Nunca leímos a los filósofos romanos.
Aplastamos a la clase media. Nos adueñamos de las democracias. Nos gustan las
tachas. Tenemos tachas. Poblamos las penitenciarías. Nos odian en los
reformatorios. Morimos de úlcera en los internados. Somos los meros buenos.
Los menos honorables. Y no somos honorables.