Ayer en la noche, con un grupo
de amigos, terminamos platicando sobre el imposible negocio de la cultura en un
lugar como Guatemala. Mi posición es que no vale la pena perder un minuto del
propio tiempo en instaurar grandes proyectos quijotescos de esta naturaleza,
por muy chulos que sean, pues solo traerán frustración a quien los procure
implementar y deudas y seguras carcajadas por parte del Hado. Es un sector
maldito, el del activismo cultural de escala, más si no subvencionado o
apadrinado por el Estado o los sospechosos usuales de la dirigencia empresarial, política, institucional o evangélica. Cualquiera que haya intentado ese derrotero lo sabe de resobra.
Así que si prosigue en ese camino es muy bajo su propio riesgo. Después no se
vale llorar. Sobre todo, no podemos pedirle mucha respuesta a las audiencias
locales, culturalmente despolitizadas, desnudas. A no ser que incurramos en un
modelo de gestión cultural híbrido (en donde haya una parte del modelo muy
chusca y clientelar que financie a la otra parte más artística), et encore. Desaconsejo
vivamente esta clase de iniciativas, que terminan en chapuces financieros y graves problemas cardiovasculares.