Un escritor debe tomar
fácil unas treinta decisiones por párrafo. Un buen texto es un conjunto de
decisiones asertivas y acertadas. Quizá esas decisiones no deban venir de una
suerte de plano de referencias programático, sino de una especie de
inteligencia latente, más efectiva en cuanto más desprendida de cualquier
intención heroica o ideológica. Entonces uno puede responder de modo directo y
libre a las alturas y necesidades del texto. Se está en pleno contacto con la
belleza aérea y sutil de las frases, pero además se mantiene un sentido
terrestre de funcionalidad y composición concreta. Esto último nos previene de
perdernos en las regiones delirantes, inconsecuentes, de la escritura. Con los
pies en el suelo, y viendo sereno el exorbitante paisaje gramatical, pero sin
adjudicarle ninguna interpretación soteriológica o superestructural de
fantásticas dimensiones.