Por la mañana medité dos horas: una hora en el zafu, y otra hora caminando en la ciudad. Es decir una hora apartado del mundo y otra hora inmerso en el mundo. Es la combinación más perfecta. Meditar en el zafu es meditar en un contexto constreñido, inclusive tedioso, y nos ayuda a no hacer de la meditación otro entretenimiento. Pero hay que tener cuidado de no entrar en un trip quietista y solipsista, y por eso es importante meditar en relación. Meditar en la ciudad (o en la naturaleza, que también es una ciudad, un lugar hipervinculante) permite abrir los sentidos y la mente a innumerables dinámicas y fluctuantes retos cognitivos.
A lo que voy es que así como hay que hacer retiros de meditación también se precisa hacer acercamientos de meditación, por llamarles de una forma.
Yo he visto que lo más eficaz es mezclar ambas modalidades: meditar una hora sentado en el cojín, adentro, y luego meditar una hora caminando, afuera, y así proceder, alternando, rítmicamente, a lo largo del día. Caminar genera actividad y apertura y el zafu silencio e introspección. Pero pronto descubres, si realmente estás meditando, que en realidad hay movimiento infinito en el zafu y silencio profundo en la ciudad, incluso a la hora pico.