“Los Cuadernos de Don Serote”, decía Luis Aceituno. Magnanimidad insoportable en Saramago, pero también ternura, y también talento –personalmente, le prefiero más como escultor de frases que como demiurgo de alegorías literarias. Si he de citar un libro, citaré El año de la muerte de Ricardo Reis, quizá porque allí no hay una tesis moral. Saramago no era un creyente, pero a veces era algo parecido: un moralista. En alguna entrada de sus diarios dice que la madre Teresa es una hipócrita, lo cuál no deja de ser excesivo. Ateos como él, tan vieja escuela y empeñados, ya no existen. Lo entrevistamos con José Luis Perdomo, y habló como Fidel, horas. Visto retrospectivamente, un típico Sermón de la Montaña. Pero había, como ya dije, aparte de la magnanimidad, una enorme calidez para el humano desnudo y de a pie. Nos dejó a Perdomo y a mí un mensaje escrito, que busqué esta mañana pero no tengo más. Allí decía que su casa en Lanzarote pasaba a ser nuestra casa. Más casa son sus libros.