El lugar es odioso: los otros compradores son descorteses, te revisan al salir como un ladrón, todo es plástico maileriano, y los productos son pantagruélicamente obscenos. Uno recorre los pasillos como moro en tiempos de don Fernando . Procuro no ir a Pricesmart lo más que puedo, pero hay cosas que sólo allí consigo, y a veces no queda otro remedio. Al salir, uno se siente fénix. ¡Cómo hay personas que se sienten a gusto en ese lugar de mierda!