Trabajé desde su inicio y por varios años en El Periódico. El primer día de trabajo
nos esperaban solamente cinco, ocho ordenadores. No sé, muy pocos. Es un diario
que arrancó de la nada, y hoy es leído respetuosamente. Respetuosamente pero asimismo
con el mayor descuido y la mayor familiaridad, es decir: lo dan por sentado. Esta
paradoja es la gloria de un periódico, por lo tanto su más íntimo designio: encajar
a tal grado en la vida del lector que éste ya no advierta incluso su presencia,
simplemente… la necesite. El Periódico
está tan sumergido en el decorado cotidiano del guatemalteco que resulta bastante
absurdo pensar que hace una década ni siquiera existía, o que pueda desaparecer.
Un momento irreemplazable del día, como la taza de café, la computadora, el
humo lento o tibio del cigarro, esa llamada.
Trabajé en Cultura, con Luis Aceituno. La parte
física de El Periódico que
corresponde a Cultura es muy chica. Como la bartolina del diario. Y es cierto
que nos parecíamos a los hermanitos atrofiados escondidos en el ático. Pero nunca
fue en realidad un lugar incómodo o carcelero, más bien lo contrario: el sitio
más vivaracho. Así cuando estuvimos Lucía Escobar, Luis, y yo mismo, trabajando
juntos: una tríada de idiotas resentidos y cínicos.
Entré al periodismo y a El Periódico por accidente, si los hay. Yo era alumno de Luis en la
Universidad, que se fijó en mí, no sé por qué, y me propuso el brete. Mi
intención nunca había sido ejercer de periodista, de hecho yo no estudiaba Ciencias
de la Comunicación, sino Filosofía y Letras. La Universidad fue para mí una
senda cátedra de aburrimiento, y trabajar en el diario le puso color a mi
existencia. En Cultura no había que romperse el lomo (a diferencia de Nacionales,
o Investigación) y me permitió sobre todo conocer a interesantes personajes, escritores,
pensadores, pintores, músicos, fotógrafos, cineastas, actores, artistas
conceptuales, y excéntricos en general. La otra vez un amigo me hablaba de
Gala. “Ah sí, yo lo entrevisté en su momento”, le dije. No lo podía creer. Lo
cierto es que el periodista cultural conoce a estas personas todo el tiempo; es
su trabajo.
Creo que la experiencia de escribir en un periódico
le ha dado mucho a mí escritura, en diversos planos. No es el momento de
analizarlo, diré solamente que el escritor de periódicos se compromete con un
lector automático, que lo juzgará en el acto, y es por ello que el buen
periodista busca una prosa dinámica y atlética (en casos como el de Hemingway,
olímpica). Eso puede ser bueno. Por otro lado, creo que la experiencia de tener
a Luis Aceituno cerca me sirvió como ninguna otra cosa. Editar, qué ardua
tarea: el arte de sutilmente mostrar lo grotesco. Y luego dar una o dos
direcciones contundentes, sin ofender la vanidad del novicio, y todavía
sonreír. Luis es un buen editor. Me perdonaba las crudas.