Mauriceando.

viernes, 17 de mayo de 2013

De la tierra a la luna


En el Julio Verne fue donde yo me volví loco.

Deben de haber sido los tréboles. Cuando estaba en CP1 mi mayor pasatiempo era comer tréboles en el patio del colegio, experimentalmente. A lo mejor eran tréboles mágicos…

(En la edad adulta, habría yo de reanudar esta práctica originaria, venida de la primerísima infancia, ingiriendo otras cositas encontradas en el mundo natural, con resultados por demás inquietantes.)

Pudieron ser los tréboles o pudo haber sido otra cosa por completo. Al fin de cuenta, tuve muchas experiencias Complejas y Confusas en aquellos años. Y todas habitan–hechizan mi cerebro.

El árbol–colegio hunde sus raíces en las regiones míticas de la psique, sus ramas persiguiéndome más allá de las décadas…

Recuerdo la lluvia, cayendo bestialmente. El colegio de la zona 10. Perdidamente enamorado de mi profesora, que en mi mente era una especie de madre–amante.

O el día que me hice individuo. Estaba en el recreo, y de repente sentí que ya no era parte más de aquella masa gelatinosa de niños: lo sentí con nitidez: por primera vez, podía verlos desde afuera.  

Recuerdo a D. meándose en la clase. La profesora –un espécimen humano asquerosamente grande– le había prohibido ir al baño. Ese día –teniendo menos de diez años– me nacieron mis inclinaciones políticas.

Los alumnos no eran más que plastilina. Dale que dale con la plastilina. Inagotable, sucia, irritante, plastilina.

En el colegio, robé por primera vez: un Macdonald´s que alguien había dejado sobre las escaleras… A mí me ponían unos sándwiches sombríos en la lonchera…

José Rodrigo se abrió la pierna, por saltarse la verja, y correr detrás de la pelota de fut… Le vi la carne viva, blanca, abriéndose en flor.

Y aquel día cuando me descubrieron las revistas porno. Eran de mi tío. Llamaron a mi mamá.

Por supuesto, me enamoraba… Pero más que amores platónicos, los míos eran amores psiquiátricos.

Mi papá, del otro lado de la malla. Y la vergüenza de sentirlo allí, clandestino…

Y cuando me dijeron que había perdido el año. Desde entonces, la vocación de fracasado.

Es posible que al año siguiente nos hayamos cambiado de locación, al nuevo, ahora ya viejo, Julio Verne.

El rito de pasaje. La secundaria.

En la kermesse, canté con una banda formada con otros de la clase… Pero yo no sabía cantar…Eso se me quedó bien metidito en el pecho…    

Pintábamos los baños con spray… Un día entraron en plan redada al aula, hicieron que nos quitásemos los zapatos: estaban buscando la mota… No la encontraron…Ahora me invitan a hablarles a los alumnos… Me piden textos de conmemoración… Divertido…  

Hasta que un día se hizo la luz: Rimbaud, Baudelaire, Verlaine, todo el Lagarde et Michard del siglo XIX, y Sartre, Kerouac, Cortázar…Un antídoto contra los eternos recreos sin sentido, oyendo los mismos chistes…  No es nada bonito ver a tu mejor amigo tragarse cincuenta pastillas delante de ti, y no sentir absolutamente nada, frío, zero…

Oh, sí, basta con abrir un poquito la puerta –es la puerta de la Directora–  para saber que esa locura –de la tierra a la luna– todavía está allí, enteramente, ese niño esperando a su madre en tardes interminables, cuando todos se han ido, cementerio de tedio, abandono, polvo de pupitre, y soledad heroica…