En el Julio Verne fue
donde yo me volví loco.
Deben de haber sido los
tréboles. Cuando estaba en CP1 mi mayor pasatiempo era comer tréboles en el
patio del colegio, experimentalmente. A lo mejor eran tréboles mágicos…
(En la edad
adulta, habría yo de reanudar esta práctica originaria, venida de la
primerísima infancia, ingiriendo otras cositas encontradas en el mundo natural,
con resultados por demás inquietantes.)
Pudieron ser los tréboles
o pudo haber sido otra cosa por completo. Al fin de cuenta, tuve muchas
experiencias Complejas y Confusas en aquellos años. Y todas habitan–hechizan mi
cerebro.
El árbol–colegio hunde sus
raíces en las regiones míticas de la psique, sus ramas persiguiéndome más allá
de las décadas…
Recuerdo la lluvia,
cayendo bestialmente. El colegio de la zona 10. Perdidamente enamorado de mi
profesora, que en mi mente era una especie de madre–amante.
O el día que me hice
individuo. Estaba en el recreo, y de repente sentí que ya no era parte más de
aquella masa gelatinosa de niños: lo sentí con nitidez: por primera vez, podía
verlos desde afuera.
Recuerdo a D.
meándose en la clase. La profesora –un espécimen humano asquerosamente grande–
le había prohibido ir al baño. Ese día –teniendo menos de diez años– me nacieron
mis inclinaciones políticas.
Los alumnos no eran más
que plastilina. Dale que dale con la plastilina. Inagotable, sucia, irritante, plastilina.
En el colegio, robé por
primera vez: un Macdonald´s que alguien había dejado sobre las escaleras… A mí
me ponían unos sándwiches sombríos en la lonchera…
José Rodrigo se abrió la
pierna, por saltarse la verja, y correr detrás de la pelota de fut… Le vi la
carne viva, blanca, abriéndose en flor.
Y aquel día cuando me
descubrieron las revistas porno. Eran de mi tío. Llamaron a mi mamá.
Por supuesto, me
enamoraba… Pero más que amores platónicos, los míos eran amores psiquiátricos.
Mi papá, del otro lado de
la malla. Y la vergüenza de sentirlo allí, clandestino…
Y cuando me dijeron que
había perdido el año. Desde entonces, la vocación de fracasado.
Es posible que al año
siguiente nos hayamos cambiado de locación, al nuevo, ahora ya viejo, Julio
Verne.
El rito de pasaje. La
secundaria.
En la kermesse, canté con
una banda formada con otros de la clase… Pero yo no sabía cantar…Eso se me
quedó bien metidito en el pecho…
Pintábamos los baños con
spray… Un día entraron en plan redada al aula, hicieron que nos quitásemos los
zapatos: estaban buscando la mota… No la encontraron…Ahora me invitan a
hablarles a los alumnos… Me piden textos de conmemoración… Divertido…
Hasta que un día se hizo
la luz: Rimbaud, Baudelaire, Verlaine, todo el Lagarde et Michard del siglo
XIX, y Sartre, Kerouac, Cortázar…Un antídoto contra los eternos recreos sin
sentido, oyendo los mismos chistes… No
es nada bonito ver a tu mejor amigo tragarse cincuenta pastillas delante de ti,
y no sentir absolutamente nada, frío, zero…
Oh, sí, basta con abrir un
poquito la puerta –es la puerta de la Directora– para saber que esa locura –de la tierra a la
luna– todavía está allí, enteramente, ese niño esperando a su madre en tardes
interminables, cuando todos se han ido, cementerio de tedio, abandono, polvo de
pupitre, y soledad heroica…