Mauriceando.

viernes, 8 de marzo de 2013

Déjà vu


Era aquello tan intenso bajando y subiendo por la espina dorsal, el sentimiento fuerte de que la ciudad era íntima y muy acaso nuestra, era constatar a veces con asombro y segura complicidad que alguien que no conocíamos radiaba a nuestro lado, envueltos ambos y todos por la dulzura infinita del trueno electrónico, eran tantas gemas perdidas y encontradas en la pista de baile, la emanante presencia del dj pronunciándose contra las figuras líquidas, en el color de la noche.

Lo recomendable era dejarse absorber por la fiesta, que nunca fue una sola sino muchas, y siendo tantas siempre fueron siempre la misma. La fiesta embriagante, dominadora, enfebrecida, terapéutica, diabólica, estilizada, hipnótica, salvaje, mística, táctil.

No es que fuéramos demasiados; pero estábamos vivos. Se vivieron momentos químicos/alquímicos. No se dejó nunca de fluir. Comprendimos que todo era un halo, un campo de posibilidades. Que las fronteras no eran lo que parecían. Que estábamos juntos y el olor del kerosene de los fuegos circulares confirmaba nuestra presencia compartida en este mundo de conexiones nerviosas y caricias digitales.

En clubes, casas, o bodegas, o bajo la noche desnuda, lo sonoro no dejó de deslumbrarnos. Nos protegían nuevos espacios invisibles. Y había camaradería y sacerdocio. Y los djs eran tan nuevos, tan insospechados, conferían lo auditivo y destilaban aproximadamente quinientos dos modos de plenitud en cada set. Daban y quitaban la sed a los cuerpos.

Vivíamos para eso. La promesa de un flyer. El trazo fluorescente. El morbo de las tornas girando futuristas y prehistóricas, etéreas y carnales. Los jeroglíficos en las pantallas. Vivíamos para bailar y no ceder. Los ojos bien abiertos.

Nunca los cerramos. Los años han pasado, las civilizaciones han caído, y sin embargo el resplandor nunca ha cesado. Este sueño glorioso está destinado a repetirse, hasta el final de los tiempos. Déjà vu.