La tarde está bella, no puede
estar más bella. Hay un sol radiante. Qué buen sol. Por las ventanas del
apartamento entra toda esa luz.
Se precisa salir a la terraza.
Los chapines –que no obstante son
agresividad pura– se miran pacíficos desde acá: se miran tan chiquitos.
Me siento en un banquito –en la terraza
hay un banquito y una mesa– a verlo todo. Edificios cuyas ventanas de hielo se
derriten, bajo este sol heroico. Guatemala está allá afuera. Dios mío,
Guatemala.