Están por todos lados. Levante Vd. una piedra: encontrará allí mismo dos,
tres convenciones, costumbres, como gusanitos, larvitas. Lo que pasa con las costumbres
–sean seculares, religiosas, sagradas, profanas, nacionales o importadas– es
que demandan una dosis frenética, freneticante, de energía y complacencia. Y
todas coasumen el papel de arruinarnos la tarde. Pues no. Me retiro. Me voy a
las cuevas, a buscar una vida culturalmente sobria.
No participaré en la Navidad, o bien lo haré en mis propios términos, que
serán parcos. Eso de andar soltándole la sonrisita a todo el mundo, para
esquinar culpas sociales desagradables no entra ya en mi estilo. Pasan las
décadas y uno sigue en el mismo juego idiota, no examinado. Si fuera cristiano,
pues a lo mejor habría cierta clase de justificación. Pero ni siquiera, siendo lo cierto que la Navidad no es otra
cosa que el palimpsesto de una fiesta pagana. Luego también es cierto que uno
participa en las celebraciones religiosas de otros, pero esos otros nunca se
interesan en las celebraciones religiosas de uno, ni preguntan.
Qué bonito, pero yo lo que pienso es que esta clase de festividades son
tan intensas porque tienen un rol evolucionario en la supervivencia de los
mercados. Son festividades de banda magnética. Y de todas, la Navidad es el
magnum opus. Fríamente diseñada para descuartizar los presupuestos, explotando
toda clase de repositorios emocionales y sensaciones desiderativas, y allí
tienen a Rubencito llorando como mula en el convivio del chance, regurgitando
antiguas penas como notas a pie de página en el gran libro abortivo de su vida.
Happy Christmas.