Menos mal que no tengo esa relación patológica con la
política que observo en algunos de mis congéneres (postean crepuscularmente
decenas de posts de indignación, es inacabable). Yo no desperté con esa goma
postelectoral; fui a votar, pero no me fui a poner a verga de elecciones. La
política es la peor mentira, basada en la idea ilusoria de que las
cosas tienen solución, que podemos controlar el curso de la historia, pero ese
control en el cual invertimos toda nuestra energía nace de un error cognitivo y una
voluntad enferma, y presupone una megalomanía cósmica que lo termina empeorando todo,
porque distrae nuestra sensibilidad de los requerimientos auténticos de nuestro
entorno. La naturaleza de la realidad condicionada es su resistirse a todas las
formas, inclusive las formas bellas de la democracia y la gobernabilidad,
sueños imposibles. Lo cual no quiere decir abandonarse, y abandonar el mundo.
Porque ese abandono, ese pesimismo no es sino otra estructura, otra compulsión
de seguridad, otro modo de entibiarse, de engusanarse. Por supuesto que se
precisa tener opiniones, y generar acción. Pero el punto es aprender a servir
la realidad sin expectativas ni ideales. Y no agarrarla contra nadie. Que las
cosas no funcionen no es culpa de equis o de zeta; es la naturaleza misma del
cosmos. Es infantil pedirle a los políticos que nos compongan el universo y el
país. La falibilidad es la característica radical de la existencia. ¿Qué
sentido tiene elevar nuestra confianza o desconfianza hacia partidos, programas
o figuras?