En la madrugada, la Padme se acerca lacada de nocturnidad y sigilo, y se establece dulcemente a mi lado. Es un gusto saberla allí tan aplicada, tibia, y cuajada, y musitando pelos. Una de las razones principales por las cuales me mudé de mi último apartamento es que allí no podíamos tener animales. Y yo lo que quería aparte de la mujer era un gato, porque me parecía que en esa simpleza doméstica –mujer y gato– estaba la felicidad, y en efecto no estaba para nada equivocado. Si otros lo supieran como yo lo sé las penitenciarías estarían más vacías, habría menos rojez en el mundo, bajarían los índices de dureza, los conatos y los cuchillos. ¿No fue la decisión más increíble que he tomado, adoptar a la Padme? Es seguro que el domingo me voy a la caminata de Aware, a caminar por los animales y sus derechos.