He ido renunciando, harto de toda puerilidad, a los entretenimientos. Salvo acaso a uno: el cine. Cada semana voy al cine, y veo a veces películas exquisitas y otras muy tontas. No importa: es cine.
Durante un tiempo fui reseñista de películas, y nada me daría más gusto que volver a serlo. Mi devoción por el género es sincera. Mi cultura cinematográfica va creciendo. Creo que puedo sentarme a hablar con un cineasta y de hecho no aburrirlo, de hecho no quedar como un total pendejo.
Lo que de plano ya no aguanto –que lo consignen estos cuadernos virtuales– son los rituales del marketing del cine.
La alfombra roja.
Quise ver los Golden Globes hoy por la noche, y al final quedé tan asqueado de la liviandad, los chistecillos de telepronter, los vestidos burdos y esmerilados, me levanté mejor, me fui a lavar platos.