Han regresado los escalpelos de la lluvia. La lluvia escribe su Pulitzer destructor sobre las láminas de zinc. Debajo, los conejos tiemblan. Ya la arena sangró sobre las cosas, el aguacero editorializó todos los televisores, el viento se embotella en las consciencias asustadas: los relámpagos sobre la ciudad traerán el fuego, y con eso ya nos podremos considerar legítimamente apocalípticos.