Mi voto es una mínima circunstancia
cooperante en la danza de la interdependencia, nada más. El destino de Guatemala no lo decide mi voto, ni siquiera el voto de todos los guatemaltecos. El
destino de un país lo decide el universo entero y su infinidad de causas y
condiciones. Por tanto, el karma común no se define en las urnas. No obstante,
hay infinidad de seres humanos que piensan de otro modo. Lo cual no deja de
ser pensamiento mágico, nacido de nuestras más sempiternas ilusiones de control. Es
curiosa la clase de confianza beata que depositamos en nuestros sistemas
políticos. Naturalmente, la historia es mucho más grande y misteriosa que
cualquiera de éstos, pero de igual manera son tantos lo que hablan de la
democracia como si fuese la solución última al samsara. Creo que deberíamos de
poner en entredicho la capacidad de la democracia de generar felicidad
colectiva. Nuestra sabiduría tan limitada es incapaz de discernir los
laberintos kármicos que están activándose en cada momento dado.